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Hoy, 31 de marzo, conmemoramos el aniversario de Franz Joseph Haydn, o como se le llama últimamente, simplemente Joseph Haydn (1732-1809). Haydn es el padre de la sinfonía, como todo el mundo sabe (compuso 104), de modo que hablaremos de una de ellas, la conocida como Sinfonía Oxford (la nº 92), y ponemos un enlace para que puedan ustedes escucharla.

Cuando en julio de 1791 el hermano masón Joseph Haydn, Papá Haydn para los amigos e infantes musicales (entre ellos el infausto Franz Xaver Mozart) recibiera el justificadísimo título de doctor en excelencia, de doctor en arte, en definitiva, de doctor honoris causa en música por la Universidad de Oxford, para entonces, como decimos, como un Shakespeare provinciano, il maestro in musica no conocía el mar.

En el principado de los Esterházy, en las profundidades de Hungría, se veía muy poco el sol, un poquito más que en Londres pero menos que en Venecia, y mucho menos que en las ciudades mediterráneas de los otrora hermanos austrohúngaros del sur, en la dorada España. El maestro Haydn, hermano espiritual de Mr. Scrooge, un Mr. Burns de nuestra era, ser tacaño donde los hubiera, ser mezquino como un personaje de Dickens, gruñón y huraño, misántropo, profundamente misógino, personaje ideal como hermano serio de un Nosferatu austríaco, potencialmente aburrido y aburridamente potencial, hermano y maestre de una logia a la que no hacía falta siquiera ir, simplemente por no tener que desplazarse a la gran ciudad, Viena, tenía unas costumbres terriblemente acomodadas y rutinarias.

A pesar de estar recluido en las profundidades de Hungría durante tantos años, sus obras eran conocidas y apreciadas en toda Europa, incluyendo, por una vez, España. Sus cuartetos eran interpretados en los palacios de los Alba y de Jovellanos y de otras casas ilustradas de la España de entonces. Era valorado como ejemplo de la Ilustración por su equilibrio formal, su mesura estética y su aparente elegancia natural. Sin embargo, el maestro era incapaz de pensar en viajes o giras de conciertos, o cualquier cosa que rompiera su previsible rutina doméstica al servicio de los príncipes Esterházy. Por ese motivo no sería él mismo, ni sus ansias, ni sus pretensiones de libertad, ni sus necesidades artísticas, ni tan siquiera su apasionante no pasional vida personal, sino otros quienes se encargarían de esos menesteres antidomésticos tan inoportunos, y es aquí donde aparece el Diaghilev de la Ilustración y de la era de las pelucas, Johann Peter Salomon, empresario avezado que había intentado en aquellos días llevarse a Londres al genio de los genios, el gran especialista en ponche, billar y juegos de naipes del glorioso Imperio Austríaco, Wolfgang Amadeus Mozart.

Salomon contrató a Haydn y Mozart para una gira que había de llevar a ambos artistas a Inglaterra. De forma propagandística, primero debía ir Haydn y posteriormente Mozart, dando comienzo la gira en el verano de 1791. Data de entonces el famoso encuentro entre Haydn y Mozart, en el cual el autor salzburgués manifestaría su presentimiento de que esa sería la última vez que se veían. Así sucedió, pues Mozart fallecería en diciembre de 1791, dando al traste con este posible episodio inglés (muy a lo Haydn, muy a lo Beethoven) que sin duda hubiera beneficiado el último período creativo de Mozart, y con el plan inicial de Salomon.

La Sinfonía nº 92 de Haydn es una de las tres que fueron compuestas en 1788 para el Conde d’Ogny (1757-1790), quien previamente ya había encargado a Haydn las conocidas como “Sinfonías de París” (nos. 82 a 87 del catálogo haydniano, abonadas a razón de 25 luises de oro por cada sinfonía y 5 más por los derechos de publicación en Francia). Tanto la Sinfonía nº 91 como la nº 92 están dedicadas al Conde d’Ogny, quien falleció prematuramente dejando una considerable deuda (unas 100.000 libras) debido a los diversos patrocinios de músicos.

En 1789, Haydn vendió las sinfonías nos. 90, 91 y 92 al Príncipe de Oettingen-Wallerstein, con el cual Haydn había estado en contacto durante algunos años, pero al no disponer ya de la partitura orquestal completa envió solamente las particellas, alegando como excusa que estaba ya muy mayor y le fallaba la vista.

El príncipe descubrió pronto que esas tres sinfonías, que él pensaba que eran de su exclusiva propiedad, ya eran conocidas en Francia, lo que le provocó un enfado que podríamos considerar cuando menos justificado. Sin embargo, se trataba de un patrón generoso, y como tal se comportó con Haydn en el periplo que éste iniciaría hacia Inglaterra, recibiéndole y alojándole con cordialidad.

Así, en 1791 Haydn llegó a las islas británicas, disponiéndose a recibir de forma casi inmediata su doctorado honoris causa en Oxford. Entre los festejos de la ocasión debían celebrarse tres conciertos con obras de Haydn, en cada uno de los cuales debía interpretarse una obra sinfónica nueva. El primero de ellos tuvo lugar el día 6 de julio, pero como informa el Morning Herald de Londres del día 8 de julio de 1791, “al no llegar el maestro Haydn con tiempo suficiente para tener al menos un ensayo, la sinfonía se sustituyó por una de sus piezas anteriores, sentándose el propio compositor al órgano (…)”.

Para el segundo concierto, que debía celebrarse el día 7, sí pudo haber un ensayo, y la obra sinfónica “nueva” elegida por Haydn para la ocasión fue la hoy conocida como “Sinfonía Oxford”, al parecer desconocida en Inglaterra. A propósito de este concierto, el Morning Herald del 9 de julio escribía:

“La nueva sinfonía de Haydn, compuesta expresamente para la ocasión, y ensayada previamente por la mañana, abrió la segunda celebración, y no se había escuchado antes una composición más maravillosa. El aplauso que recibió Haydn, quien dirigió este admirable esfuerzo de su genio, fue entusiasta; pero los méritos de la obra, en opinión de todos los músicos presentes, exceden todo elogio posible. Haydn se dirigió en términos muy generosos a Cramer (el director habitual de la orquesta) sobre la manera en que su sinfonía había sido interpretada; y Salomon, quien estaba presente, se unió generosamente a la opinión del gran compositor, elogiando el espíritu, la exactitud y la rapidez de ese director tan capaz”.

Al día siguiente, 8 de julio, Haydn recibía el doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford, y su sinfonía pasaba a la Historia con el sobrenombre ya conocido que evoca esa gran universidad.

Esperamos que la disfrutéis. Aquí tenéis un enlace a una interpretación en directo de esta sinfonía, por Leonard Bernstein al frente de la Filarmónica de Viena; es decir, una interpretación de las que nos gustan, alejada de la ortodoxia: Sinfonía Oxford