Por Fritz ÖLGEBÄCK Jr

Lo prometido es deuda, y por ello publicamos hoy un adelanto de la entrevista con Ángel Recas, el autor de la Fantasía paráfrasis sobre temas del Doktor Faustus de Busoni y de la Sinfonía Fausto de Liszt. La conversación ha sido larga y provechosa, pues ya saben, el Sr. Recas es un conversador excepcional que hace que se sepa cuándo empieza la charla, pero no cuándo acaba. De hecho, tenemos tanto material acumulado que publicamos un extracto de la conversación. Pianista y compositor, el Sr. Recas tiene un catálogo de transcripciones de estilos diversos, a menudo dispares, tanto pianísticas como organísticas (para órgano romántico) casi tan numeroso como el de Franz Liszt. Género que cultiva con pasión y compulsión, la transcripción es un casi un modus vivendi para nuestro entrevistado. Con esta obra crea un género mixto, pues mezcla obra original, no basada en temas ajenos, con fragmentos transcritos de obras de Busoni y Liszt, logrando una extraña amalgama que presagia una futura obra magna, al menos por sus posibles dimensiones.

Pregunta. ¿A qué ha venido esta extraña criatura suya? ¿Por qué decidió componer este engendro?

Respuesta. La verdad es que no lo tengo muy claro, qué quiere que le diga. Oiga, pero, ¿es obligatoria esta entrevista? Podríamos mejor jugar al billar. Pero bueno, ya que insiste, podría decirse que desde que en el siglo XV empezara a forjarse el mito de Fausto, podemos decir que cada época ha contado con su interpretación, con su visión, del mito. Pensemos, entre otros, en el Fausto posiblemente ingenuo de Marlowe, en el más oscuro y pretencioso de Goethe o Lenau, o en la impresionante e increíblemente aburrida (digámoslo abiertamente, un coñazo, vaya) meditación sobre el arte que constituye el Doktor Faustus de Thomas Mann, que presenta a un Fausto más frío y calculador. No es que  se pretenda la comparación con esos autores, pero es evidente que todos ellos son de épocas distintas y por lo tanto las características del personaje inevitablemente varían. Por ello este Fausto tiene también sus propias peculiaridades.

Por otra parte, componer, como usted dice, no es algo que uno decida hacer. Es algo que se manifiesta, ya sean las tres de la tarde, las tres de la madrugada o la hora del té con pastas y una nube de leche (y lo digo yo especialmente, que soy alérgico a la lactosa), es una necesidad irrefrenable. Lo explicaba muy bien Ivo Pogorelich: “yo no siento la necesidad de componer, en el momento en que tenga esa necesidad, lo haré”.

P. ¿Quiere decir usted que no toma nunca leche?

R. Efectivamente, ¿no le parece inconcebible?

P. Pero de verdad, ¿no ha degustado usted un capuchino caliente un invierno cualquiera en Benidorm?

R. Si seguimos por donde estamos, se acabó lo que se daba. Porque sepa usted que está sacando todos mis traumas infantiles: la leche, Benidorm, felicidad forzada de verano, el marisco… sólo me faltan ya los payasos.

P. Ah sí, tengo entendido que es usted especialmente agresivo con los payasos.

R. Pues sí, patada en los huevos directamente, a lo Woody Allen, patada y no me paro.

P. Bueno bueno, espero que no me golpee a mí. Volviendo al tema ¿cómo demonios es su Fausto?

R. Pues eso, se trata de eso, una criatura enfermiza, diabólica, propia de nuestro tiempo. Un ser vacío, pretencioso, grandilocuente. Un reflejo por lo tanto de nuestra época y de todas las características que le son propias.

P. ¿Ve nuestra época como vacía?

R. Sin duda, vivimos en una de las épocas más vacías de la Historia. Prácticamente nada importa, nada trae consecuencias, todo es ruido y apariencia. La mentira se ha instaurado como medio habitual de comunicación, lo que hace que pocos comprendan que una mentira hace daño y que no se castigue al mentiroso. Fíjese por ejemplo en nuestros políticos. Prometen el oro y el moro, pero a la hora de la verdad sólo cumplen una mínima parte de su programa, y los electores, en lugar de castigar, a menudo premian al mentiroso o al presunto corrupto. Si además de eso fueran eficaces la cosa tendría cierto pase, pero es que ni eso…

P. ¿Y cómo plasma usted en música esa visión suya del mito fáustico?

R. Para reflejar el ruido, el estruendo más bien y el caos de nuestro tiempo, nada mejor que una introducción larga y pretenciosa precedida por el famoso tema de doce notas, es decir, dodecafónico (digno de un Adrian Leverkühn,) que constituye la primera serie dodecafónica consciente de la Historia y con el que Liszt comienza su Sinfonía Fausto. Presento a Fausto a partir del tema que lo representa, y lo acompaño con multitud de acordes enormes, indefinidos tonalmente en ocasiones, tratando de transmitir una falsa sensación de trascendentalidad, porque mi Fausto es en realidad un ser vacío cuyos padecimientos están absolutamente injustificados. Para transmitir esa sensación creo que ayudan los tempi no excesivamente rápidos, a veces soporíficamente busonianos, pues la grandilocuencia, la solemnidad, exige de ritmos forzada e injustificadamente lentos, como el morar a cámara lenta de los peces en el espacio cuando no hay agua y haciendo, para mayor inri, glu glu.

P. ¿No cree que su obra es redundante con las de Busoni o Liszt? De hecho usted utiliza temas de esos autores.

R. Naturalmente que enlazo con partes de esos autores. Hoy en día puede que nos sorprenda, pero utilizar temas de otros ha sido siempre, desde que el mundo es mundo, una práctica natural de la que nadie se ha escandalizado. Es más, es una señal inequívoca de elegancia británica digna de todo un agente 007, elegir temas de otros a modo de homenaje, porque ¿quién soy yo más si no son los demás otros? Franciscanamente, como diría Rimbaud perdido en el desierto, en verdad no los elijo, me eligen, pues todos somos una manifestación nanoparticular del cosmos plural… (oooooohm). ¿Pero es que acaso no conoce usted el Tratado de la unidad de Ibn Arabi?

P. Conozco que existe, pero sólo eso, yo es que soy más de Ibn Hazm de Córdoba y El collar de la paloma. De hecho el mundo se divide entre quienes han leído El collar de la paloma y los que no.

R. Pues por ahí empecemos. Exijamos ahora mismo al gobierno de la nación una plaza sí o sí con estatua incluida dedicada a Ibn Arabi en el centro de Murcia, y es más, cambiemos el nombre de Murcia por Ibn Arabi-Murcia. Sólo así empezaremos a tener un poco de orden.

P. Oiga, ¿y lo de que su obra es redundante respecto de las de Liszt y Busoni?

R. Paparruchas, sí lo creo, aunque a veces no, pues como decía antes, cada época refleja a su manera su Fausto, y desde luego el de Liszt y el de Busoni son distintos. El Fausto de la Sinfonía Fausto de Liszt es un Fausto más próximo al de Goethe, y en esa obra uno de los ejes que mueven la trama es la sensualidad y el ansia por el conocimiento; es lo que le lleva a ponerse en manos de Mefistófeles. El Doktor Faustus de Busoni, sin embargo, empieza ya directamente con tres estudiantes de Cracovia que llevan un libro de magia negra a Fausto, que es rector magnífico (y de alguna manera una excelencia llena de créditos de excelencia, que dirían ahora en las universidades que predican la excelencia). De alguna manera, Busoni sitúa ya en el lado oscuro al personaje, y lo hace de entrada. En el de Goethe, y también en el de Liszt, Fausto es el ser humano favorito de Dios. Busoni, por lo tanto, crea un personaje de entrada maléfico y atormentado, y así lo refleja su música, que a ratos es muy desigual e incluso francamente aburrida. Le invito a que lo compruebe, escuche el Doktor Faustus de Busoni en su integridad.

P. ¿No pretenderá que Busoni escribiera una chirigota, verdad?

R. (risas) Por supuesto que no, aunque hubiera tenido su gracia, sobre todo porque Busoni era un personaje de origen humilde, con una educación limitada, con un padre que traficaba con su talento en un país de alemanes trascendentes, convirtiéndole él a su vez en un alemán trascendente destinado en un país nórdico indeterminado (Finlandia) acuciando su intelectualidad más aún a la manera de un personaje en blanco y negro de una película de Ingmar Bergman de los años 70, del Bergman más deprimente, es decir, la trascendentalidad más pura del homo europeus nordicus suecus más trascendente. ¡Con lo graticicante que resulta una tarde con palomitas de colores viendo Vente a Alemania, Pepe, una tarde de domingo! Si es que en verdad se han perdido los valores, la franciscanidad elegante de servicio al prójimo y no al ombligo e intelecto propios…

Lo que pasa es que Busoni es un autor que carece del sentido del humor que tenía Liszt, y por eso a menudo se toma las cosas demasiado en serio. Y por eso su Fausto nunca puede dar la respuesta que da el de Goethe/Liszt ante las trampas a menudo juguetonas, cuasi mozartianas, que le tiende Mefistófeles.

P. Si el Fausto de Goethe es un estudioso en busca del conocimiento y el de Busoni es un sabio que quiere conocer la magia negra (en realidad parece un estadio posterior, no tanto incompatible con lo anterior), aunque al carecer de sentido del humor posiblemente pierde interés como personaje y empatía con el espectador (no olvidemos que el Doktor Faustus de Busoni es una ópera), ¿qué rasgo diferenciador tiene su Fausto?

R. Yo diría que sin duda tiene un rasgo que de entrada le separa de los ejemplos anteriores. Es un Fausto que refleja, como ya le he explicado, nuestra época, y por tanto, no busca tanto el conocimiento como el reconocimiento, sufre de una forma injustificada porque es un ser privilegiado y sin embargo no es consciente de su fortuna. Se cree, un poco al estilo de Onegin, que está de vuelta de todo, y realmente es un niñato caprichoso, un mequetrefe cualquiera. En el fondo, es el Fausto que más fácilmente cae en manos de Mefistófeles, pues no tiene elementos de juicio y queda deslumbrado por el oropel. Exactamente sucede eso mismo en nuestra sociedad; muchas personas han quedado zombificadas por la telebasura y la mala calidad de la educación (algo en lo que tienen que ver también los padres), y por eso tienen tanto tirón programas de esos en que si aguantas unos días en una isla te pagan un pastón, eso sí, a cambio de que te vean hasta cuando vas al baño, o por eso ha tenido y tiene tanto predicamento la cultura del pelotazo.

P. Parece en el fondo elevar ese tipo de personajes a la categoría del mito, y nada menos que al mito de Fausto, ¿no le parece?

R. Sí, pero es que ese es el tiempo que vivimos. Es lamentable pero es así, y hay que decirlo de una manera clara y distinta.

P. Cuando ha mencionado la educación, ¿se refiere a la educación en los colegios o en las universidades?

R. A ambas. Se nos llena la boca con palabras vacías, “excelencia”, “prestigio”, cosas así, pero si nos fijamos en las universidades, es todo mentira, los profesores (no todos, por supuesto, pero muchos de ellos) sólo quieren añadir una línea a su currículo a base de publicar artículos a menudo carentes de todo interés, y no digamos ya de utilidad para la sociedad y el conocimiento, y desprecian lo que da fundamento a su actividad, que es la docencia. En cuanto a los colegios, no hay más que ver la cantidad de reformas educativas que llevamos, cómo los poderes públicos han ido destruyendo cualquier germen de sistema educativo digno de tal nombre; fíjese, en la última reforma, la música deja de ser obligatoria en primaria. ¿En qué cabeza cabe algo así? Precisamente en primaria, cuando la música quizá tiene mayor importancia, cuando el oído se forma, cuando se adquiere la coordinación motora, cuando se puede empezar a apreciar el legado artístico que poseemos en occidente, justo entonces, cuando la conciencia crítica puede empezar a formarse, ¡zas! quitamos de golpe y porrazo la música. Esto en países más serios, como Hungría o Ucrania, provocaría una revolución y al ministro le costaría la cabeza, en sentido literal. Aun así, hay más verdad en los colegios que en las universidades, donde todo es politiqueo y servilismo para lograr un chiringuito de funcionario y que no te puedan echar nunca aunque no tengas alumnos, no seas un buen profesor ni tampoco publiques nada que merezca la pena.

P. Describe usted un panorama desolador en nuestra sociedad. ¿Piensa usted en algún tipo de remedio para estos males que nos aquejan?

R. Siempre hay soluciones para todo. Hace poco he estado releyendo el Manual para cazar vampiros marca Acme, editado en 1883 por el Dr. Avernaticus Ambrosius, de la Universidad de Königsberg, y verdaderamente propone remedios perfectamente extrapolables a nuestro tiempo. Pero invito a nuestros lectores a que los descubran por sí mismos.

P. Bien, Sr. Recas, llegamos al final de la entrevista. En el estreno de la obra pudimos leer en el programa de mano que se presentaba la primera versión. ¿Podemos esperar sucesivas versiones?

R. El tiempo lo dirá, pues la verdad es que soy un poco caótico y no siempre prosigo con estas cosas con la meticulosidad de un Flickenstein o un Landwirt. No obstante, casi puedo asegurar que sí, que habrá versiones posteriores, más grandiosas, largas y vacías.

P. ¿Un Fausto multiplicado?

R. Podría decirse así, sí.

P. ¿Cómo cree que responderá el público? Amenaza usted con versiones más largas. Teniendo en cuenta que la primera versión duró una hora, ¿qué pretende hacer?

R. Recuerde a Sorabji y su Opus clavicembalisticum. Cinco horas nada menos, sin apenas interrupción, sólo un instante para tomar un whisky de un solo trago y seguir. Este Fausto tiene posibilidades de alcanzar una duración no sé si de cinco horas, pero tiene aún recorrido. Aunque dado lo vacío de nuestro tiempo, más que un whisky, en el descanso se ofrecerá un trago de calimocho en vaso de plástico al respetable, en homenaje al modus vivendi de Ervin Nyiregyházi. Y sin hielo, faltaba más, a ver qué se han creído. Y en cuanto a si el público responderá bien o mal, sencillamente no es una variable que me preocupe. De hecho prefiero abucheos e indignación que la indiferencia, que es lo que produce este embotamiento social en el que vivimos.