Como todo buen aficionado a la música sabe, y no hace falta ser wagneriano, la historia de la composición del Anillo del nibelungo es, por utilizar un término musical algo rebuscado, cancrizante. En efecto, Wagner deseaba componer un drama sobre la muerte del héroe germánico por excelencia, Sigfrido, pero en seguida comprendió que una obra que abordara exclusivamente la historia del asesinato del héroe quedaba un tanto coja. Por ello, decidió que a la muerte de Sigfrido había de precederle un drama sobre su juventud. Y a ese drama, otro que hablara de los orígenes del héroe. Pero la historia seguía quedándose un tanto corta. Al fin y al cabo, en una serie de dramas en los que los hombres y los dioses se mezclaban se requería naturalmente de un punto de partida que explicara el marco a partir del cual se desarrollan los dramas que componen la Tetralogía. Y ese punto de partida nos sitúa en un ámbito puramente mitológico en el que no hay hombres sino dioses, ninfas, nibelungos y gigantes.
Así pues, Wagner concibió en último lugar la que a la postre se convirtió en la primera obra de la Tetralogía, no sólo por el orden que ocupa en ella, sino también porque fue la primera en ser terminada, concretamente en 1854.
La estructura de esta obra es muy interesante, pues, al concebirla como gran prólogo, Wagner no escribe un drama con obertura y tres actos, como acostumbraba, sino un gran fresco compuesto por cuatro escenas o cuadros. No hay separación entre las escenas, lo que añadía gran complejidad a la tarea de los escenógrafos, pues éstos tenían el tiempo muy ajustado para cambiar decorados.
Cuatro elementos, cuatro escenas
El Oro del Rin comienza con un preludio formalmente incluido en la escena I. Se trata de un preludio muy diferente a cualquier otro de Richard Wagner. Todo el preludio está construido a partir de una única idea musical:
Este motivo, Leitmotiv como se suele denominar, momento melódico como diría Wagner, es el motivo de la naturaleza. No es casualidad que la tonalidad elegida por el autor sea Mi b M (Mi bemol, esa nota que emiten los barcos de forma poética y hermosa) una tonalidad utilizada a menudo para describir momentos primarios, originarios, que en este caso nos conduce a un universo intemporal, al nivel de las profundidades, más concretamente de las aguas profundas y frías del Rin.
Se trata también de una tonalidad en ocasiones relacionada con la representación de la Trinidad cristiana. Nada menos que Johann Sebastian Bach, en su Preludio y Fuga en Mi b M, BWV 552, según autores y estudiosos entre los que podemos mencionar a Albert Schweitzer o a Peter Williams, utiliza la tonalidad de Mi b M para representar la Trinidad.
Wagner emplea una nota pedal perpetua (nunca deja de sonar durante el preludio) que sólo desaparece cuando la ninfa Woglinde comienza su canto.
Decíamos que esa única idea musical ocupa todo el preludio, pero no es menos cierto que, manteniendo ese ambiente primario y tenebroso, Wagner va descomponiendo o transformando dicha idea, anunciando así una de las características de su forma de componer, dado que Wagner transforma a menudo los motivos, otorgándoles un carácter diferenciado, aun cuando estén constituidos por el mismo o muy similar material. Así, si la obra comienza de una forma estática, en aguas profundas y calmas, poco a poco vamos subiendo y vamos pasando de las tinieblas a la penumbra. No deja de ser un efecto cinematográfico, como si la cámara ascendiera desde las profundidades hacia la superficie.
Poco a poco vamos distinguiendo, así, formas imprecisas, como cuando despertamos de un sueño profundo. Y al abandonar finalmente el estado de inconsciencia primario en el que comienza la obra, distinguimos unas formas femeninas: las hijas del Rin.
Las hijas del Rin son ninfas de movimiento sensual y ondulante y de belleza arrebatadora. Su canto es melodioso y atrae a aquellos que las oyen, pero éstos no resultan devorados como les sucedía a los desdichados que acababan en manos de las sirenas a las que Ulises quiso escuchar, ni sus barcos encallados como a la ondina, digámoslo así, vecina de las hijas del Rin, Lorelei, a la que por otra parte tanto debe Wagner, pero esa es otra historia.
Tres son las hijas del Rin, lo cual resulta significativo si tenemos en cuenta que la tonalidad de Mi b M tiene tres bemoles. Woglinde, Wellgunde y Flosshilde poseen un carácter juguetón y disfrutan seduciendo a los seres que se acercan a ellas, lo que alienta la idea de que se trata de espíritus prisioneros de su condición y desprovistos de la facultad del razonamiento. Por ello, aun cuando saben que guardan un tesoro incalculable y que puede otorgar un poder ilimitado a quien lo robe, son incapaces de sujetar su lengua, que les traiciona por su despreocupación y su alegría (¿frivolidad?) innatas.
Wagner refleja sus movimientos ágiles y ondulantes, así como su carácter alegre y juguetón en el motivo que les describe:
La capacidad de Wagner para crear atmósferas y climas es extraordinaria. Hemos pasado de un ambiente umbroso y frío a la despreocupación y ligereza que caracteriza a las Hijas del Rin. Por ahora, todo transcurre en un elemento, el agua, al cual pertenecen las tres ninfas.
Súbitamente, aparece una criatura que pertenece a otro elemento y que va a provocar con un insólito gesto, que ahora comentaremos, la cadena de acontecimientos que finalmente conducirá a la caída de los dioses. Nos referimos a Alberich, el nibelungo.
Alberich es un nibelungo, una criatura fea y desagradable que pertenece a otro elemento, la tierra, y por decirlo de manera más precisa, al subsuelo. En efecto, los nibelungos viven bajo tierra, alejados de la luz. Alberich asume un papel opuesto al de Wotan, constituyéndose de hecho en su reverso psicológico. Wotan había sido antaño el cabecilla de una horda bárbara, renuncia a su poder sobre los elementos oscuros anclados en el fondo del suelo, y, de hecho, en el momento en que se sitúa la acción, Wotan ha perdido la sombra de la que Alberich ha nacido. Sombra deseosa de conquista, Alberich surge desde el abismo del Nibelheim, encontrando en primer lugar a las ninfas que custodian el oro del Rin. Deslumbrado por la belleza de las tres hijas del Rin, Alberich trata de conquistarlas, pero sus movimientos torpes, así como sus vulgares insinuaciones sólo provocan el desprecio y las burlas de Woglinde, Wellgunde y Flosshilde, quienes, una tras otra, humillan al nibelungo, causándole una enorme frustración e ira.
Cuando los primeros rayos del alba aparecen, el oro del Rin brilla resplandeciente en el peñasco donde es custodiado. Alberich, que ignora por completo todo lo relativo al oro, pregunta a las criaturas escurridizas que le han humillado qué es aquello. Su ignorancia acerca del oro azuza aún más las ganas de mofa de las ninfas, quienes, deslenguadas, revelan el secreto del oro del Rin a Alberich: quien consiga hacerse con el oro, podrá forjar con él un anillo que otorgará un poder ilimitado a su dueño, que podrá dominar el mundo. Es aquí cuando escuchamos el motivo del oro:
Pero no cualquiera puede robar el oro. Sólo aquel que renuncie al amor podrá hacerlo, y las ninfas piensan que Alberich nunca lo hará, dado que les ha perseguido lleno de deseo. No cuentan con que el nibelungo, preso de la frustración y de la ira, y deseoso de conquista, está más que dispuesto a pagar el precio de renunciar al amor. Y así sucede, Alberich prefiere dominar el mundo antes que seguir persiguiendo ninfas, renuncia al amor y roba el oro, con el cual regresa al Nibelheim.
Antes de continuar, me parece interesante comentar la idea del anillo como símbolo de poder. En las sagas islandesas en las cuales en parte Wagner tomó inspiración, la forma de expresión es a través de menciones enigmáticas, equivalencias que reciben el nombre de kenningar. Jorge Luis Borges nos ofrece un estupendo ejemplo en su libro Historia de la eternidad, concretamente en el capítulo que dedica precisamente a las kenningar. Así, sabemos que la pradera de la gaviota es el mar, el aniquilador de la prole de los gigantes es Thor, el rocío de la espada es la sangre, la luna de los piratas es el escudo, la perdición de los enanos es el sol… lo interesante es el nombre que recibe el rey: señor de anillos… ¿les suena? Símbolo por tanto de poder desde tiempos muy antiguos, el anillo se asocia al oro, que recibe también bastantes sobrenombres, como “resplandor de la mano” o “lecho de la serpiente”; pero mi favorito es “bronce de las discordias”. El oro y otros metales preciosos, por otra parte, también se asociaban al poder, pero éste los utiliza para aparecer ante los ojos de todos con una connotación de generosidad que realce su figura.
No es por tanto invención de Wagner, ni por cierto tampoco de Tolkien, el anillo como símbolo de poder, pero sin duda ellos son los que mejor lo han sabido contar y explotar.
El anillo, por cierto, tiene su propio motivo, que transformado será también el motivo del Walhalla. Sin embargo, si este último tiene un carácter solemne, imperial, el motivo del anillo es sombrío, siniestro, refleja inquietud, la intranquilidad que porta consigo:
Así, Alberich roba el oro, pero, incapaz de sentimientos algo más nobles y de apreciar la belleza no ya de las formas femeninas, sino también de las cosas y de la luz, regresa a las tinieblas del Nibelheim, donde forjará no sólo el anillo, sino también esclavizará a los demás nibelungos. Es ahí donde termina la escena I del Oro del Rin, pero, como ya hemos comentado, la música nunca deja de sonar. Escuchamos un interludio que Wagner denomina Verwandlungsmusik o “música de transformación” que nos conduce hacia la segunda escena, que comentaremos en otro momento.
Antes de terminar, me gustaría destacar cómo en la ópera alemana el amor suele redimir, mientras que en la italiana suele matar. Es esa una diferencia fundamental que ayuda a explicar por qué el precio para robar el oro es la renuncia al amor. Es inconcebible, para un alemán romántico, que alguien se plantee siquiera renunciar al amor, es algo tan monstruoso que no cabe en cabeza humana ni de cualquier otra criatura. Por ello el poder de Alberich resulta contra natura, es artificioso a la par que absoluto. Algo, por cierto, parecido a lo que algunos Estados europeos de la época en que Wagner compuso la Tetralogía vivían. Pero ese es otro debate que dejamos para mejor ocasión.
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